Hace ya más de un siglo que académicos, gobiernos y otros agentes sociales debaten sobre qué es y cómo debería ser el desarrollo. La contraposición de ideas a lo largo de ese tiempo ha ayudado a enriquecer y hacer evolucionar concepto de desarrollo con la creación de una amplia variedad de corrientes de pensamiento. A pesar de ello, el debate sigue hoy más vivo que nunca a causa de los fracasos habidos en este campo y de la situación de crisis global que vivimos.
Lo que se pretende en este ensayo es, en primer lugar, entender el surgimiento de las teorías del desarrollo, posteriormente hacer un breve repaso a la evolución que ha tenido el debate para luego situar el punto del debate en el que estamos, analizando cuáles son dos de las principales propuestas que hay encima de la mesa. Por último, se lanzan algunas ideas sobre cómo se podría enfocar la cuestión en los tiempos venideros.
El surgimiento
Mejorar la calidad y el bienestar de las personas en el mundo es una preocupación que ha ocupado a numerosos estudiosos desde hace ya muchísimos años. Por este motivo, al querer situar el surgimiento de la teoría del desarrollo nos encontramos con una tarea nada fácil, pero sí hay dos aspectos que conviene precisar para comprender su naturaleza. Uno es la asunción de algunas ideas centrales de la modernidad. El otro, su casi unidimensional análisis desde el mundo de la economía. Comencemos por la segunda.
Ya en el S.XIX las diferencias entre los distintos países del mundo eran más que evidentes, sobretodo en lo que se refiere a la industrialización. Precisamente, los países que más producían y comerciaban eran los definidos (o mejor, autodefinidos) como avanzados. Variables económicas como el nivel de exportaciones e importaciones, la acumulación de capital o la capacidad productiva de un país proporcionaban información para saber el grado de desarrollo de ese país. Además, en aquél escenario se empezó a diferenciar entre países desarrollados y subdesarrollados. Así lo definiría en 1949 Harry Truman, presidente de los EEUU.
Volvamos ahora al primer aspecto: su relación con la Modernidad. En las primeras teorías sobre el desarrollo podemos apreciar al menos dos elementos nacidos ya con la Modernidad. El primero es la idea de universalidad, elevándola a menudo en importancia por encima de las particularidades locales. Esta idea se puede apreciar bien en el siguiente ejemplo. Cuando, acabada la Segunda Guerra Mundial se inició el periodo de la reconstrucción y se empezaron de proponer líneas a seguir por los países, el nivel de interconexión que existía ya entre ellos provocó que estas directrices se pensasen a un nivel supranacional: la vía era aconsejable para todos estados, había un modelo de evolución deseable para todos.
Un segundo elemento clave fue la confianza ciega en el progreso basado en la razón. Así, se concebía al ser humano como superior del resto del mundo. Ello provocó una serie de certezas asumidas como la posición de superioridad respecto a la naturaleza y la capacidad de abastecerse de sus recursos ilimitadamente.
La evolución del debate
Fue en las décadas de los sesenta y los setenta cuando distintas voces, provenientes sobretodo de Latinoamérica, empezaron a poner en duda la visión hasta entonces hegemónica sobre el desarrollo. Este nuevo paradigma, conocido como estructuralismo, puso de relieve que la situación de cada país empobrecido no era una simple cuestión de un atraso natural, sino que la pobreza sufrida por estos era consecuencia del avance logrado por parte de los países más ricos. Las diferencias existentes pues, estaban presentes a nivel mundial y no solo a nivel interno; en pocas palabras, existía un dualismo a nivel global.
Un paso sucesivo en este ámbito fue el enfoque de la dependencia, que denunció las estructuras comerciales y económicas a nivel mundial como desfavorables para los países más pobres, que quienes padecían una situación de dominación. Es conveniente subrayar que hasta ahí ningún enfoque dudaba de la necesidad de “desarrollarse”, asumiendo el desarrollo como avances en términos económicos. Así pues, las diferencias principales se encontraban más en el camino que no en el punto de destino (Sutcliffe, 1995).
En la década de los setenta llegaría el Giro Social, una perspectiva que abría una nueva dimensión en el debate con la siguiente pregunta: “¿Qué tipo de crecimiento?”. Este conjunto de nuevos enfoques ponía énfasis en la vertiente humana de las consecuencias del desarrollo para denunciar los fracasos y carencias de este. La relación automática entre crecimiento económico y aumento del bienestar empezaba a romperse y aparecía en escena la cuestión medioambiental.
Tres referencias ineludibles de esta nueva visión fueron Los Límites del crecimiento (Meadows, 1972), en donde se alertaba de la imposibilidad de un crecimiento material infinito; Ajuste con rostro humano (UNICEF, 1987), que puso de manifiesto las carencias de los planes de ajuste aplicados por el Banco Mundial y el FMI; y por último el Informe Brundtland (Comisión Mundial del Medio Ambiente y el Desarrollo, 1987), en donde se propuso por primera vez el desarrollo sostenible como vía para el progreso y garantizar a la vez los recursos naturales. En la práctica, todo ello se reflejó en distintas propuestas como la redistribución con crecimiento, el enfoque Basic Needs y la nueva corriente política del 3r Mundo: El Nuevo Orden Económico Mundial.
Fue ya en los años noventa cuando A. Sen se convirtió, con el enfoque de desarrollo humano centrado en las libertades y las capacidades, en la principal referencia en este campo. La aportación de Sen se basó en poner en el centro de atención al sujeto humano y sus opciones reales de mejorar sus condiciones de vida.
El debate actual
El debate actual en el que se centra este trabajo tiene algo de novedoso y es que se llega a plantear rigurosamente y por primera vez en el mundo académico, el propio rechazo al término de desarrollo en sí mismo. Contra esta posición se formula una corriente que defiende la redefinición profunda del concepto de desarrollo. Se enfrentan pues la visión de una “alternativa al desarrollo” con un posible “desarrollo alternativo”.
Antes de ver sus diferencias, es necesario señalar sus puntos comunes. Ambos pensamientos comparten un rechazo absoluto al desarrollo entendido exclusivamente como aumento y acumulación de capital económico, representado en el crecimiento del Producto Interior Bruto de un país. Asimismo, también lamentan los procesos de empobrecimiento sufridos por los países más pobres y hechos en nombre del progreso. Por otra parte, los dos tienen en cuenta la limitación de los recursos naturales y por ende la necesidad de adaptar las actividades humanas a los ciclos naturales.
Quienes defienden una reorientación de la noción de desarrollo creen que se debería dotar el concepto de unas características concretas que pudieran llegar a definir qué bienestar es deseable y cuáles son los problemas globales que lo impiden. Para I. Sachs, lo que hace falta es pues “volver al término desarrollo sin ningún calificativo, a condición, claro está, de redefinirlo en tanto que concepto pluridimensional” (Sachs). Se trataría pues de atribuir a la idea de desarrollo dimensiones ecológicas, sociales y humanas que complementasen a la hasta ahora única protagonista dimensión económica.
Como se ha dicho más arriba, contra esta postura “posibilista” se postula el post-desarrollismo. A pesar de haber cobrado importancia en los últimos años, ya en los años sesenta autores como I. Illich y C. Castoriadis denunciaban el fracaso del desarrollo en el sur de planeta y también se cuestionaban las bases paradigmáticas que daban pie al modelo de desarrollo existente. Otros pensadores actuales como S. Latouche se inspiran en ellos al oponerse a la idea de desarrollo, ya que consideran que no rompe por completo con la lógica de crecimiento y la visión economicista y evolucionista que lo han acompañado desde su nacimiento. Además, el contenido de este concepto se habría convertido en un cajón de sastre en donde se han querido incluir prácticas muy diversas, muchas veces como mero maquillaje empresarial o institucional (Latouche 2008).
En este punto conviene recordar brevemente que existen otras ramas que difieren de las visiones aquí expuestas pero que pueden ser confundidas por la radicalidad de sus críticas al concepto de desarrollo. Es el caso del primitivismo que, englobado en el enfoque antidesarrollista, defiende una oposición frontal a toda industrialización. El valenciano Miquel Amorós es uno de los principales divulgadores de este enfoque.
¿Y ahora qué?
Presentadas las diferencias entre la perspectiva de la redefinición y la post-desarrollista, es el momento de presentar algunas ideas y lanzar propuestas que puedan servir a la evolución del debate.
Una primera apreciación ya hecha por otros autores es que las críticas post-desarrollistas se fijan solamente en los fracasos prácticos hechos en nombre del desarrollo y lo extrapolan a lo general. A mi entender, el uso de un concepto para cometer atrocidades no implica que el concepto en sí se vea alterado. Piénsese por ejemplo en las tristes crueldades llevadas a cabo en nombre de la libertad y la democracia. Lo que es ineludible es que la ligereza y vanidad con que es usado el término desarrollo hoy en día requiere, en cualquier caso, de una acotación del contenido que permita discernir con agilidad y claridad a la vez lo que no entraría dentro de ese concepto. Como ineludible es también el poder de construcción del discurso oficial necesario para que esa reorientación del concepto calase hondo en la opinión pública. Se trataría pues, de ganar lo que P. Bourdieu llama la “lucha simbólica”, en referencia a la lucha por la definición del significado de las palabras.
En cuanto a la acotación del contenido del concepto de desarrollo, nos encontramos ya de entrada dos aspectos muy importantes. La primera, de sobras conocida, es el tema de los indicadores. Porqué una vez superada y aceptada ya la incapacidad del PIB para medir cuál es el bienestar que hay en un área del planeta, se nos plantean un sinfín de nuevos indicadores más o menos parciales y manejables. Hablamos del Índice de Desarrollo Humano, el Índice de Calidad de Vida, la Huella Ecológica, el Índice de Libertad… En este sentido, es interesante conocer el trabajo realizado por una comisión liderada por J. Stiglitz, A. Sen y Jean-Paul Fitoussi, creada el 2008 para analizar los límites del PIB y estudiar otros indicadores alternativos referidos a las variables económicas y al progreso social. Las conclusiones de la comisión aconsejaban suplir las carencias del PIB como indicador del bienestar a través de la creación de nuevos instrumentos y la consideración de otras variables. Por otra parte, concluyeron que no habían logrado crear un nuevo indicador multidimensional que proporcionase suficiente información sobre el bienestar real de la población de una zona. Ello es importante porque pone de relieve la inutilidad de aferrarse a un solo índice para saber cuál es el nivel de desarrollo de un país.
Un segundo aspecto problemático sobre aquello que se debería incluir en la reformulación del concepto, y que no siempre ha recibido la atención merecida, es el de los marcos económico-políticos que pueden hacer posible tal desarrollo. En realidad, se trataría de averiguar qué marcos son, por definición, incompatibles con este modelo de desarrollo. A modo de ejemplo, si se concluyese que el desarrollo pasa por la disminución del impacto destructivo actual en el medio ambiente, no tendría ninguna lógica operar en un sistema económico que requiriese de una industrialización siempre mayor. Como tampoco sería lógico aceptar un sistema político institucional no democrático a la vez que se propone la participación activa de la ciudadanía como parte del desarrollo. En resumen pues, una acotación importante sería aclarar, más allá de los factores concretos, qué marcos económico-políticos pueden ser incongruentes con el desarrollo.
Otro aspecto a tener en cuenta es si por desarrollo entendemos un estadio, un proceso o ambas cosas. Las dos primeras posibilidades (y la tercera por consecuencia lógica) tienen algunos riesgos que hay que señalar. En el primer caso, si se ve el desarrollo como un estadio se está definiendo implícitamente un modelo ideal, al que todos deberían llegar. Ello anularía cualquier intento de desarrollo autóctono y propio del lugar, y también la suma de una diversidad de progresos posibles. Además, conceptualizado de esta forma, se aceptaría tácitamente la existencia de un subdesarrollo, algo que se pretende evitar desde el enfoque “redefinicionista”. La segundo forma de entender el desarrollo, es decir, como proceso, implica de alguna forma la deseabilidad y hasta necesidad de una transformación, un cambio. ¿Pero hasta cuándo? Y ¿siempre válido del mismo modo y en todos los lugares? He aquí el peligro de entenderlo de esta forma.
Por otra parte, y siguiendo la línea del rechazo de algunos valores heredados de la Modernidad, creo que cualquier reformulación de la idea de desarrollo debería resaltar la importancia que tiene nuestra forma de comprender el mundo y de interaccionar con él, ya que nuestra mentalidad condiciona todos los proyectos y acciones que realizamos. En palabras del filósofo J. Pigem, “necesitamos algo más que avances tecnológicos y económicos: es necesario transformar nuestra relación con la naturaleza, con los demás y con nosotros mismos” (Pigem, 2011).
Por último, y yendo más allá de las consideraciones puntuales realizas en los párrafos anteriores, no hay que olvidar la naturaleza del debate en sí misma. Y es que existe el riesgo, como en otros muchos terrenos, de que este debate se convierta en una discusión estrictamente terminológica entorno a la palabra desarrollo, lo que podría llevar a un peligroso alejamiento de la realidad y a un estancamiento improductivo. Es por eso que, en paralelo a la evolución del conocimiento y la confrontación de ideas, hace falta fortalecer las posiciones comunes que comparten las dos líneas planteadas en este texto que, como hemos visto antes, son importantes. Además, sería útil también analizar y tener muy presentes las iniciativas y prácticas que se están dando en esta línea y en muchas partes, de las que seguramente ambas posiciones no difieren tanto como lo puedan hacer en el plano teórico.
Y es que no se puede olvidar que el objetivo principal ha de seguir siendo mejorar el bienestar de las personas en la actualidad, ya que desgraciadamente son muchas las que hoy lo necesitan. Y con urgencia.
Bibliografía
– Latouche, S. 2008, La apuesta por el decrecimiento. Icaria.
– Pigem, J. 2011, GPS (global personal social), Kairós.
– Sachs, I. Tiers-Monde, n.173, extraído de La apuesta por el decrecimiento, p.116 (Latouche, 2008).
– Sutcliffe, B. 1995, Desarrollo frente a ecología, Ecología Política.
– Unceta, K. 2009, Desarrollo, Subdesarrollo, Maldesarrollo y Post-desarrollo, Carta Latinoamericana.
– Commission on the Measurement of Economic Performance and Social Progress, www.stiglitz-sen-fitoussi.fr, última entrada 14/12/2011.